La globalización ha modificado radicalmente la
alimentación, especialmente en las grandes ciudades donde vive el 75% de
la población. El hambre sigue presente, pero la obesidad es ya la
principal causa de muerte en la región.
En las calles latinas la comida rápida -industrial y de fácil acceso- y las bebidas gaseosas multicolores se mezclan constantemente con los antojitos locales –casi siempre generosos en carbohidratos y lípidos-, y con llamativas cajitas felices que hipnotizan a los niños con sus pequeños regalos.
Esta
combinación, de la mano de la falta de educación y conciencia sobre los
malos hábitos alimentarios, ya ha pasado factura al sistema sanitario
de una región que, paradójicamente, aún lucha contra el hambre.
Desnutrición pertinaz
“Con una población de 597 millones de habitantes, América Latina
produce alimentos suficientes para abastecer a 746 millones de personas.
Aun así, 49 millones sufren hambre. El acceso a los alimentos es un
tema que los gobiernos de Latinoamérica aún deben atender”, señala a
swissinfo.ch Raúl Osvaldo Benítez, de la Oficina Regional para América
Latina y el Caribe de la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO).
Según la propia FAO, los
países de la región más afectados por el hambre son Haití (44,5% de la
población), Guatemala (30,4%), Paraguay (25,5%), Bolivia (24,1%) y
Nicaragua (20,1%).
El problema es la falta de medios para
adquirir alimentos –y no la oferta-, lo que pone en evidencia una de las
principales flaquezas de los actuales programas regionales para abatir
la pobreza: la ausencia de objetivos de nutrición.
“Los
programas de trabajo (para reducir la pobreza) operan de forma aislada; y
muchos de ellos carecen de una dimensión nutricional. Luchan contra la
pobreza, pero solo el 13% se ha fijado metas nutricionales, algo que es
indispensable cambiar”, confirma el informe Dimensión nutricional de las Redes de Seguridad Social en América Central y la República Dominicana,
elaborado por expertos del Banco Mundial, de los gobiernos
involucrados, ONG y la propia FAO, tras evaluar 110 programas de apoyo
social en esta región (2010).
Alimentos procesados
En las clases medias, el acceso a los alimentos existe, pero la calidad de éstos es frecuentemente pobre.
El
valor de la canasta básica es una de las causas. El Índice de la FAO
para los Precios de los Alimentos refiere que el precio de los
principales insumos consumidos por las familias aumentó un 133% entre
los años 2000 y 2012, especialmente en el caso de los lácteos, las
carnes y los cereales.
Raúl Osvaldo Benítez, afirma que “uno de
los peores efectos del alza en los precios de los alimentos es que los
hogares tienden a reemplazar una nutrición de alta calidad por dietas de
menos calidad, pero menor precio”.
Y está también presente el efecto de la globalización sobre los patrones de consumo.
En
un ensayo sobre la transformación del régimen alimentario
latinoamericano (2012), Mario del Roble Pensado, especialista del Centro
Interdisciplinario de Investigación y Estudios sobre Medio Ambiente y
Desarrollo (CIIEMAD) del Instituto Politécnico Nacional de México,
describe cómo se trastocó una estructura alimentaria piramidal donde
solo la oligarquía podía acceder a algunos bienes.
“Ahora, todos
pueden acceder a patrones alimentarios similares, pero con diferentes
calidades, grado de inocuidad y precios diferenciados según el estrato
social. La consecuencia, pues, no es hambruna o la desnutrición grave,
pero sí es motivo indirecto del sobreconsumo de productos alimenticios
que dotan de energía y saciedad, pero no alimentan”, dice Del Roble
Pensado.
‘Pesos pesados’
En el terreno práctico, hoy, uno de cada dos latinoamericanos tiene
algún grado de sobrepeso. Y uno de cada cinco es abiertamente obeso,
debido al consumo masivo de calorías vacías, al que hacen referencia los
expertos.
En 2011, la Universidad de Yale estimó que cada
mexicano consume un promedio de 163 litros de bebidas gaseosas
azucaradas al año, lo que convierte al país en líder mundial en la
materia. Detrás en la lista se encuentran los chilenos, con 116 litros;
los brasileños (89), los colombianos (65) y los peruanos (56).
Por
otra parte, la gente dedica cada vez más tiempo a desplazarse hacia sus
centros de trabajo y estudio, lo que frecuentemente implica comer fuera
de casa.
“La obesidad se ha extendido en toda la región. En
muchos países, el problema supera el 20% de la población. En México,
Venezuela, Argentina y Chile, que presentan indicadores de subnutrición
importantes, las tasas de obesidad son del 33, 31 y 29%,
respectivamente”, explica Raúl Osvaldo Benítez.
Incluso en Haití, donde existe un serio problema de desnutrición, el 10% de la población es obesa, precisa.
Y
el problema se agudiza entre los más jóvenes. “En 2010, más de 2
millones de niños menores de cinco años eran obesos, o tenían sobrepeso
en América del Sur; más de un millón estaba en el mismo caso en
Centroamérica, y 300.000 niños en el Caribe”.
Problema de salud pública
La obesidad y los males derivados –como diabetes, colesterol elevado,
hipertensión arterial, infartos o trombosis- son hoy la principal causa
de muerte de la región, confirmó en 2012 el Estudio sobre la Carga Global de las Enfermedades,
elaborado por 500 científicos internacionales tras analizar los
patrones de salud de 187 países entre 1990 y el 2010. Un trabajo
auspiciado por la prestigiada revista médica The Lancet y aguardado con impaciencia por la comunidad médica mundial.
“Los gobiernos han reaccionado con energía ante esta situación: Chile tiene en marcha un amplio programa llamado Eligiendo vivir saludablemente,
donde toda la red de la educación pública trabaja en la generación de
hábitos de alimentación sanos. En México y Colombia se están creando
legislaciones para regular el mercado de la publicidad de la comida chatarra para niños y adolescentes”, apunta Raúl Osvaldo Benítez.
Pero en su opinión, hay que hacer más.
“La
mejor forma de combatir el problema es concienciar a las familias sobre
la importancia de una dieta balanceada y ampliar el acceso a bienes
producidos localmente. Deben instrumentarse programas para reducir la
ingesta de alimentos con una alta saturación de grasas, sales y
azúcares, y fortalecer las estrategias para incentivar el consumo de
frutas, vegetales, leguminosas y fibras”.
“También debe
otorgarse apoyo a las granjas familiares y potenciar su capacidad
productiva, otorgarles créditos y hacerlas parte de las cadenas de
valor”, añade.
Pero sobre todo, estima el experto de la FAO,
“debemos comenzar por la educación alimentaria. Iniciarla a las edades
más tempranas, es la clave”.
Fuente: swissinfo.ch
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