Si estás gordo vas a pagar bastante más por un
billete de avión, pero eso servirá para que seas mucho más feliz. Esa es
la moraleja que la aerolínea Samoa Air extrae de su decisión de cobrar a
los pasajeros según su peso. La compañía, que realiza vuelos entre
poblaciones de las Islas del Pacífico que cuentan con las tasas más
altas de obesidad en el mundo, está pesando a los pasajeros junto con su
equipaje, añadiendo de uno a cuatro dólares por cada kilo extra, según
un baremo que depende también de la distancia a recorrer. Para su CEO, Chris Langton, "Esta es la manera más justa de viajar".
Más
allá de los beneficios económicos que presuntamente justificarían la
aplicación de esta medida, hay dos aspectos significativos en la
decisión que trascienden el ámbito de la pequeña aerolínea. Uno es su
aspecto ejemplar: si esta iniciativa prospera y genera los ingresos que
promete, es probable que otras compañías se sumen a ella, lo que cambiaría por completo los precios de los billetes de avión.
El otro es su efecto sobre la salud de los pasajeros. Hay quienes
valoran especialmente las consecuencias a medio plazo, en tanto forzaría
a quienes viajan a menudo a hacer dieta para reducir gastos.
Eso es lo que cree el experto noruego Bharat Bhatta, quien piensa que los
beneficiarios últimos de ese aumento de precio serán los mismos
pasajeros, ya que tendrían que forzarse a estar en mejor forma física.
Finalmente, no serían las compañías quienes sacasen más partido de la
situación, sino los gordos, que tendrían que dejar de serlo. Un
argumento que viene al pelo a algunas empresas aéreas, que están
valorando la iniciativa de forma directa o indirecta. Bhatta propone tres opciones:
cobrar por el peso total, marcar una tasa fija con un recargo a los
pasajeros con sobrepeso, o establecer una cuota para las personas de
peso normal, con cargos adicionales y descuentos para personas que pesan
por encima o por debajo del límite.
Hay
quienes entienden que esta medida no es más que otra forma de
discriminación, que las empresas aprovechan para ganar más. Para Bhatta,
sería positivo porque se lograría ahorrar 3.000 dólares anuales en
combustible por kilo y porque beneficiaría al medio ambiente,
ya que al llevar los aviones menos peso (como consecuencia de las
dietas que realizarían los pasajeros para no gastar tanto) contaminarían
mucho menos.
Sin embargo, más allá de estas cuestiones, la
medida tomada por Samoa Air entronca con una perspectiva cada vez más
frecuente a la hora de prestar servicios (públicos o privados) a
usuarios múltiples. Entendemos que productos como el alcohol o el tabaco
deben soportar impuestos más elevados porque, al tener consecuencias
nocivas para la salud, terminarán provocando un gasto sanitario mayor y
que por tanto es lícito que pague más quien pone su salud en riesgo y
precisará de mayor atención médica. Un razonamiento similar está en el
intento de tasar las bebidas con demasiado azúcar en EEUU o los sistemas
que penalizan el consumo excesivo de energía o de agua. Todos
ellos parten de la misma base: los particulares llevan a cabo conductas
derrochadoras que terminan por repercutir en el bolsillo de todos
(si se sufraga mediante gasto público) o por generar situaciones
injustas (cuando alude a servicios que prestan compañías
privadas). Introducir medidas correctoras de esos abusos, como una
sanción pecuniaria (ese plus que se abonaría en la factura), vendría
bien al conjunto de la sociedad, porque lograría evitar gastos
innecesarios y ayudaría también a un mayor bienestar, dado que obligaría
a modificar esas conductas incorrectas.
Pero ¿es esto un argumento válido o sólo es una forma más de recaudar?
¿Estamos ante una nueva intervención de los poderes y económicos para
dirigir nuestra vida privada o estamos ante verdaderas políticas de
salud pública? ¿O no es más que una simple forma de discriminación que
se utiliza para sacar dinero al contribuyente o al cliente?
Fuente: elconfidencial.com
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