jueves, 27 de junio de 2013

La obesidad no respeta edades

La obesidad infantil se ha convertido en uno de los más graves problemas de salud pública del siglo XXI, debido a la reducción en la calidad de vida y a las complicaciones asociadas a esta condición que presentan los niños. Hoy ya se considera que si un niño con sobrepeso u obesidad pasa a la vida adulta con este problema, aumenta el riesgo de enfermedades crónicas y sus consecuencias. Además es un desencadenante o acelerador de patologías que antes se presentaban solo en adultos, como diabetes tipo II, hipertensión arterial, colesterol y triglicéridos altos en sangre, apnea obstructiva del sueño y trastornos ortopédicos, entre otros, como así también problemas psicológicos que influyen en la autoestima del niño. 

Según la Federación Internacional de Diabetes y la OMS, la lucha contra la obesidad infantil es la forma más eficaz de prevenir el desarrollo de diabetes tipo II a edades cada vez más tempranas.

Entre los años 1990 y 2010 la prevalencia mundial de sobrepeso u obesidad en los niños pasó de 4,2% a 6,7%; este aumento significó que unos 43 millones de niños tenían sobrepeso u obesidad en 2010. Debemos hacer notar que de ese número, unos 35 millones viven en países subdesarrollados, y se espera que el número total de niños con este problema llegue a 60 millones (9,1%) en 2020 si no se revierte esta tendencia.

El desarrollo de obesidad en la niñez y la adolescencia es una interacción compleja entre la carga genética y el medio ambiente obesogénico, el temperamento del niño, los estilos de crianza, la dinámica familiar y el medio ambiente del hogar, la escuela con doble escolaridad y la comunidad. Los niños son influenciados por el modelo de roles paternos, los avisos televisivos y las ofertas comerciales de alimentos.

¿Qué es y cómo se diagnostica?

Se trata de un proceso metabólico en el que se produce una acumulación de grasa excesiva en relación con el promedio normal que corresponde a cada niño, según su edad, sexo y talla. Es decir, la obesidad aparece porque el aporte de energía mediante la ingesta de alimentos supera el gasto, y el excedente se almacena en el organismo como tejido graso.

Para saber si un niño tiene problemas de sobrepeso u obesidad se debe tener en cuenta el índice de masa corporal (IMC), que se calcula con el peso y la altura. Este cálculo y el diagnóstico del problema deben ser realizados por el médico pediatra en los controles anuales que se realiza el niño.

Una vez realizado el diagnóstico se debe derivar al niño y su familia a un especialista en nutrición para el tratamiento; éste debe ser abordado en forma inderdisciplinaria, interactuando el equipo de profesionales y la familia para poder revertir el problema.

La familia es clave en la buena evolución

Los padres deben tomar conciencia y asumir los errores que cometen en su dieta y estilo de vida para evitar trasladarlos a sus hijos. Hoy ya se sabe que cuando los padres son obesos o uno de ellos lo es, la probabilidad de que sus hijos sean obesos aumenta. De hecho, se estima que los hijos tienen entre un 50% (si uno de los dos progenitores es obeso) y un 80% (si ambos lo son) de probabilidades de serlo también, considerando que la genética no es un factor decisivo, sino que tenemos que sumarle otros factores como la falta de ejercicio y una dieta inadecuada rica en grasa y azúcares.

Debido a esto es que los padres son una pieza clave para la buena evolución de esta patología debido a que:
  • La infancia es la etapa de la vida en la que comienzan a establecerse los hábitos alimentarios y a partir de la adolescencia, estos hábitos adquiridos se hacen más resistentes al cambio. 
  • Es esencial actuar durante este periodo, la infancia, sobre la conducta alimentaria del niño, ya que las costumbres que adquieran en esta etapa van a ser determinantes de su estado de salud cuando sean adultos. 
  • Una de las formas en las que aprenden los niños es a través de la observación, aprenden de lo que ven en casa; los padres se convierten en los principales modelos a seguir y deben tener buenos hábitos de alimentación y actividad física para que el niño los imiten. 

Cómo mejorar el estulo de vida

  • Reducir al máximo o prohibir las golosinas, snacks y la comida chatarra. 
  • Estimular la actividad física haciendo deporte al aire libre, como mínimo una hora al día. 
  • Siempre que sea necesario, el niño deberá seguir una alimentación controlada por médicos y/o nutricionistas. 
  • Quitar horas de televisión y de juegos sedentarios. 
  • Llevar una dieta equilibrada acorde a las necesidades biológicas del niño. 
  • Fraccionar la ingesta de alimentos en cuatro comidas: desayuno, almuerzo, merienda y cena. De ser necesario agregar dos colaciones. 
  • No sustituir el clásico almuerzo familiar por comida rápida. 
  • Masticar despacio los alimentos. 
  • Enseñar al niño a no compensarse ni gratificarse con golosinas. 
  • Tener siempre a mano frutas y verduras para que el niño tenga fácil acceso cuando sienta hambre. 
  • No dejar que desarrolle otro tipo de actividades mientras come (ver televisión o jugar con los videojuegos). 
  • Predicar con el ejemplo en todos los aspectos.

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