El único ideal vigente, incuestionado, capaz de movilizar a las muchedumbres en esta época de nihilismo contumaz, es el peso ideal. El resto de los ideales parecen haberse ido por el desagüe de la historia, entre detritus e inmundicias. Dios, utopía, sabiduría, patria, justicia, humanidad, dejan indiferentes a la mayor parte de la gente. En cambio, el peso ideal es cosa seria, por la que algunos están dispuestos a morir o, al menos, a no comer. Los supermercados están llenos de personas que repasan las etiquetas de las viandas que consumen, las revistas contienen multitud de artículos explicando cómo evitar el engordamiento, los médicos y las autoridades sanitarias emiten continuas proclamas avisando de los peligros de la obesidad. Si hay un ideal que todavía mueve a los descreídos occidentales es el peso ideal, nombre técnico de la delgadez.
La afición por la delgadez ni mucho menos es nueva. Los gimnasios de la antigua Grecia estaban atestados de cuarentones preocupados por la barriguita. Platón criticó la costumbre, que juzgaba pueril. En pleno barroco, un poeta, Jakob Balde, cronista de Maximiliano I, escribió unos versos en alabanza de la delgadez que alcanzaron tal éxito que se creó en Munich una “congregatio macilentorum” o hermandad de delgados. El dato es relevante porque estamos hablando de la misma época en que Rubens pintaba sus bellezas adiposas que tanto asombran hoy y que en absoluto gustaban a todo el mundo. Si la gordura hubiera tenido el predicamento que se dice, Francesco Cavalli no habría incluido en su ópera Jasón esta frase pronunciada por el capitán de la guardia al descubrir al protagonista en el lecho acostado con Medea, mujer bastante gruesa: “He aquí a Jasón, lleva el carnero a la espalda (el vellocino de oro) y la vaca en brazos”. Aclaremos, de todas formas, que el ascetismo de Balde no era gratuito, pues de lo que se trataba no era de adelgazar porque sí, sino de santificar la existencia a fin de obtener la recompensa de la eternidad en el cielo. Igual que el socialismo se construye a partir de la escasez, según acaba de declarar el ministro venezolano de Planificación, el cielo se gana estrechando el cinturón. ¿Recuerdan al camello y al rico que no podían pasar por el ojo de una aguja?
Entre la delgadez extrema y la obesidad mórbida hay muchas cosas y una de ellas es el peso ideal. Los médicos, sin embargo, otorgan poco crédito a este concepto y confían todavía menos en la fiabilidad de las tablas que lo calculan. El peso ideal de una persona no se puede determinar tan sencillamente como se cree. En teoría, habría que poner en conexión multitud de factores. Pero el ideal del que se habla habitualmente no es el ideal respecto de la salud, sino de la belleza. Esto es algo que mucha gente confunde, quizá porque se cree que la belleza es una manifestación de salud y que la salud se manifiesta siempre como belleza. Las personas convencidas de ello piensan que si logran ajustarse a los índices de masa corporal establecidos como canon estarán en el punto máximo de belleza al que pueden aspirar sin recurrir al corta y pega. Ello no impide, por supuesto, que muchos recurran a la técnica para aproximarse a esos índices. Una liposucción acaba en un periquete con el problema de las mollas y convierte a la persona de la noche a la mañana en alguien saludable.
De los perjuicios del peso ideal acabamos de saber por una prestigiosa revista científica americana, Journal of the American Medical Association, en cuyas páginas se ha publicado un informe basado en el estudio de tres millones de personas que demuestra que los individuos con sobrepeso tienen un riesgo de muerte un seis por ciento inferior que los que están en el peso ideal. Se trata, al parecer, de un dato inesperado, con el que no contaba nadie porque el objetivo de la investigación era precisamente demostrar los riesgos de la obesidad (riesgo que ha quedado confirmado porque, en efecto, la obesidad incrementa la probabilidad de muerte). La conclusión del estudio no ha extrañado, sin embargo, a los que confían en el sentido común y no ven en el placer y sus rastros un enemigo a batir. Ya saben: nada en exceso, el veneno es la dosis, la virtud es el punto medio, todas esas viejas verdades por las que los clásicos fueron apreciados hasta que llegamos nosotros. El ideal, sea lo que sea, nunca se encuentra en los extremos, la abstinencia o el abuso, la delgadez o la gordura, la austeridad o el despilfarro. Ya va siendo hora de que se enteren los fanáticos de la salud y también todos esos que piensan que andamos desorientados entre los escombros del estado del bienestar.
Fuente: elimparcial.es
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